29 de marzo de 2008

Una historia de tabernas

De bote y de rebote, me veo en casa, un sábado por la noche, cuidando niños. Y sin recompensa otra, que la de ver que tus padres disfrutan de algo de vida sin preocupaciones.

No es tan dificil encontrar la felicidad. Está en las pequeñas cosas que hacemos, casi sin darnos cuenta. No llega a ser extrema, pero basta para poder dibujarnos una sonrisa. Y asi ya el día parece tener más luz.

En definitiva. Sábado, zapeando por la televisión, encontré una película: "El lapiz del carpintero" y encontré un ratito de felicidad. Tiene unos diálogos preciosos, unos escenarios... únicos, por las playas de Galicia, Coruña, creo. Y una de las escenas, la más linda. Un relato de tabernas, como se le define en la propia película.

Merece la pena leerlo:


“Esto no es un cuento”, comenzó El Pintor, “sino un sucedido. Y sucedió en Galicia, en un lugar llamado Maroño. Allí vivían dos hermanas, solas, en una casa que daba al mar. Una hermana se llamaba Vida y la otra Muerte. Eran dos mozas guapas, muy alegres, y se llevaban muy bien. Como tenían muchos pretendientes, hicieron un juramento: podían tener aventuras con hombres, pero no se separarían nunca. Y así lo cumplían.

Los días de fiesta iban juntas al baile a un lugar que se llamaba Donaire, adonde iban todos los mozos de la comarca. Para llegar allí tenían que pasar por una marisma con mucho lodazal, así que las hermanas iban con los zuecos puestos y llevaban en la mano los zapatos de bailar para no mancharlos por el camino. Los de Vida eran negros, y los de Muerte blancos, porque, aunque no lo creáis, la muerte calza zapatos blancos.

Pues bien, una noche de invierno crudísimo hubo un naufragio, porque este, como sabéis, es un país de mucho naufragio. El barco hundido se llamaba Palermo, e iba cargado de acordeones. La tempestad hundió el barco y arrastró el cargamento. El mar se llenó de acordeones y los hizo sonar al mecerlos en el oleaje. Aquellas melodías llegaron hasta la costa empujadas por el viento, y las dos hermanas las escucharon desde su casa. Eran melodías tristes, la música de un naufragio.

Por la mañana, los acordeones yacían en la playa del lugar, todos destrozados. Todos menos uno, que encontró un joven pescador. Le pareció que había tenido mucha suerte y decidió aprender a tocarlo. Tocaba tan bien como el mismo océano.

La hermana Vida vio al muchacho tocando en uno de los bailes y se enamoró de él. Se enamoró tanto que pensó que aquel amor por el acordeonista valía más que la promesa que le había hecho a su hermana, así que Vida y el acordeonista huyeron juntos. Muerte se quedó sola, y nunca se lo perdonó a su hermana.

Por eso ahora Muerte va y viene por los caminos, sobre todo los días de frío. Lleva puestos sus zapatos blancos, porque ya digo que la Muerte calza de blanco, y se para en las casas donde encuentra zuecos en la entrada y llama a la puerta para preguntar: ¿sabe usted algo de un mozo acordeonista y de la puta de la Vida? Y a quien pregunta, si no sabe nada, se lo lleva por delante.

Esta historia me la contaron en una taberna. Hay tabernas que son universidades”.


(Adaptación de un extracto del guión de “El Lápiz del Carpintero”, de Xosé Morais y Antón Reixa basado en la novela de Manuel Rivas)
Puede que solo sea otra adaptación de una novela sobre la guerra civil. Puede que solo parezca una película española. Puede que se vea de forma demasiado clara la orientación política de la misma... Pero para mí ahora todo eso es superficial. Me quedo con una historia bien construida, con algo que podría adaptarse a cualquier época y lugar. Con algo que me ha hecho que me encuentre con una sonrisa al verla, aunque sea sábado por la noche.

1 notas al pie:

Juana dijo...

Sería una expresión de la complementariedad vida-muerte, se rompe la complementariedad y se llega a la polaridad, en que en lugar de vernos complementarios no vemos polares.

 
En los vértices del tiempo. Design by Exotic Mommie. Illustraion By DaPino